El antropoceno: la era de los seres humanos y su huella
en el planeta Tierra
Hacia finales del siglo
XIX la comunidad científica acordó la delimitación y nomenclatura de un período
geológico al que bautizaron Holoceno, la época más reciente del período
Cuaternario, dicha clasificación sigue vigente hasta nuestros días (Bardají,
2018, p.7). A partir del consenso del Congreso
Geológico Internacional del año 1885 desarrollado en Berlín, los
científicos acordaron tras múltiples evidencias que dicho período había
comenzado hace más de 11 mil años, y que perduraba hasta nuestros días. Sus
características más importantes son: la transformación de las condiciones
climáticas hacia temperaturas más templadas tras la última gran glaciación, la
expansión del Homo Sapiens, y una significativa extinción de la megafauna del
período previo, el Pleistoceno. En gran medida esta gran extinción tuvo lugar
gracias al impacto del desarrollo del ser humano primitivo y del avance de la
civilización [1].
Sin embargo, hace
algunas décadas la comunidad científica internacional ha comenzado a discutir
la posibilidad de que estemos ante una transición histórica tanto para el
planeta, como para la especie humana, tanto a nivel geológico como a nivel
cultural. En el año 2000 el limnólogo norteamericano Eugene Stoermer junto con
el químico neerlandés, ganador del Premio Nobel de química, Paul J. Crutzen,
publican un breve artículo titulado “The
Anthropocene” en el Boletín del Programa Internacional Geósfera-Biósfera
(IGBP) donde brindan múltiples evidencias científicas para considerar que a
hacia finales del siglo XVIII d.C habría comenzado una nueva era geológica, el
Antropoceno[2] (Crutzen y Stoermer, 2000, p.17). El
antropoceno se caracteriza por el impacto de la actividad humana a nivel
geológico, el efecto negativo a nivel global de las actividades humanas en el
planeta Tierra se ha acelerado y se ha hecho evidente en los últimos dos
siglos, entre las consecuencias más relevantes podemos mencionar: un exponencial
aumento del índice de extinción de especies (entre mil y diez mil veces más en
las selvas tropicales), una expansión de los habitantes humanos que superó los
6.000 millones en el año 2000 y alcanza los 8.000 millones para el año 2025.
Dicho crecimiento poblacional implicó un aumento significativo de la
explotación de los recursos de la Tierra, y acarreó consigo un aumento de la
industrialización y de la urbanización. Una consecuencia estos procesos son las
alarmantes y hasta ahora desconocidas tasas de contaminación ambiental (smog,
ozono fotoquímico) producidas por las industrias petroquímicas y los
agrocultivos. El propio Crutzen recibió en 1995 el Nobel de Química por sus
estudios acerca de la destrucción del ozono atmosférico, en su trabajo conjunto
con Stoermer afirman que estos efectos globales de la actividad humana en la
tierra y en la atmósfera nos permiten inferir que tanto el planeta como el ser
humano están atravesando una nueva etapa, el antropoceno, la época donde el ser
humano es el agente más significativo para nuestro planeta y para la
transformación de las condiciones de vida. Las nuevas formas de vida y de
producción de esta humanidad moderna han transformado de manera profunda
nuestra huella en el planeta (Crutzen y Stoermer, 2000, p.18). El ser
humano es el actor geológico dominante hace siglos, y lo seguirá siendo por
mucho tiempo porvenir (Trischler, 2017, p. 44).
Cabe destacar que, si
bien el concepto de antropoceno ha gozado de amplia circulación en el ámbito
científico desde el año 2000, también ha comenzado a circular más allá de las
disciplinas de la biología y la geología, el concepto ha cobrado interés en
áreas de investigación vinculadas a las ciencias sociales y humanas, tales como
la sociología, la filosofía y la comunicación, entre otras. Y en este punto es
preciso preguntarse si el antropoceno es un concepto exclusivamente geológico o
si también podemos considerarlo un concepto cultural, esta última posición es
la que adopta el historiador alemán Helmuth Trischler[3] quien argumenta que, si bien el antropoceno
surge conceptualmente dentro de un debate especializado en el ámbito de las
ciencias de la tierra, también es un concepto cultural que ha cobrado un
sentido más amplio y que precisa ser estudiado en profundidad de manera interdisciplinaria
(Trischler, 2017, p. 42). El concepto de antropoceno permite volver a la
pregunta central de este siglo que problematiza la distinción entre la
naturaleza y la cultura, ¿dónde termina la naturaleza y dónde comienza la
cultura? Tal como se preguntó
Lévi-Strauss en 1949 en su obra Las
estructuras fundamentales del parentesco (Strauss, 1969, p. 35). El ser humano es un animal biológico y
también un animal cultural, y lejos de ser esta una diferenciación ontológica
dualista, podemos afirmar que en el ser humano existe un continuo
biológico-cultural, donde la dimensión corporal-biológica se ve afectada y
transformada y hasta constituida por la cultura y dicha acción es, a su vez,
recíproca. A mediados del siglo pasado los antropólogos ya afirmaban que el
hombre es un ser biológico al par que un individuo social, y que la
subjetividad no podida ser comprendida sino como una integración de las fuentes
biológicas y sociales del comportamiento (Strauss, 1969, p. 36). Sin embargo,
casi toda la tradición clásica de pensamiento filosófico occidental se
encuentra anclada en un dualismo de sustancias donde el sustrato físico
representa la naturaleza esencial del hombre, su costado animal y, por otro
lado, su pensamiento y su lenguaje, el logos distintivo del hombre, su cultura
(Vallejos, 2024, p. 2). Esta separación ontológica, metafísica y epistémica ha
entrado en una honda crisis en el pensamiento contemporáneo. Algunas corrientes
filosóficas y antropológicas del siglo XXI, entre ellas el post-estructuralismo,
los estudios de género y los Animal Studies nos permiten reflexionar sobre la
posibilidad de desdibujar los límites que la Modernidad había establecido entre
la naturaleza y la cultura, y plantear en su lugar, un continuo entre ambos,
como la superficie de la banda de Moebius, una única superficie con más de una
dimensión.
El debate sobre el
antropoceno es, entonces, una gran oportunidad para superar la perspectiva
dualista y tratar de comprender de manera interdisciplinaria las formas de vida
humana, en especial desde el siglo XVIII d.C hasta la actualidad, para ello se
necesita un abordaje científico, ético y político urgente. El planeta Tierra ha
sido habitado durante millones de años por múltiples formas de vida: bacterias,
hongos, plantas, trilobites, dinosaurios, y mamíferos, entre otros; sin
embargo, podríamos estar, por primera vez en la historia de nuestro planeta,
ante una transformación geológica causada por el animal vivo más dominante, el
ser humano. Las evidencias científicas nos revelan que la aceleración del daño
causado por el ser humano posee una curva de ascenso, a la que llaman “La Gran
aceleración” que se dispara en la Modernidad, en especial en los últimos cien
años (Steffen. W. et al, 2011, p. 849).
¿Qué fue lo que cambió a partir del siglo XX en lo que respecta a las formas de
vida humana? ¿Es posible pensar que estamos a tiempo para realizar un cambio de
rumbo en el Antropoceno?
Los especialistas
afirman que no poseemos evidencia científica de algún antecedente de este
estilo, por lo cual el Antropoceno no es sólo un cambio de época geológica y
cultural, sino una bisagra, en nuestra historia y en la historia de la Tierra.
¿Por qué las anteriores extinciones masivas y cambios climáticos no son
comparables con los del Antropoceno? La investigadora argentina Maristella
Svampa, especialista en extractivismo y socioecología, sugiere concebir al
antropoceno como un diagnóstico que obliga a reconocer que lo que vendrá en el
futuro, de seguir por este camino, será distinto a lo que vino antes (Svampa, 2019,
p. 35). Es importante no perder de vista que lo que está en juego es la
sustentabilidad de la vida en la Tierra, la aceleración de los cambios
producidos en el planeta en los tres últimos siglos (cambio climático, escases
de recursos básicos, pérdida de la biodiversidad) podría acabar con la
resiliencia y adaptación de múltiples seres vivos, entre ellos, los seres
humanos:
La inminencia de que estamos asistiendo a grandes cambios de
origen antropogénico, a escala planetaria, que ponen en peligro la vida en el
planeta, se halla directamente ligada a la expansión de las fronteras del
capital y los modelos de desarrollo dominantes, cuyo carácter insustentable y
depredador ya no puede ser ocultado. (Svampa, 2019, p. 34)
Las cinco grandes
extinciones previas a nuestra era se desarrollaron en función de factores
exógenos, cambios climáticos fruto de las glaciaciones y catástrofes naturales
como la caída del asteroide que acabó con los dinosaurios hace 66 millones de
años. La sexta gran extinción podría ser de origen antrópico, es decir provocada
por la acción del ser humano.
Ahora bien, es preciso
indagar en las grandes transformaciones de la Modernidad si queremos comprender
cómo llegamos hasta aquí: ¿Cuáles fueron los elementos catalizadores de este
presente? La evidencia del daño es clara, ahora nos cabe problematizar cuáles
fueron las formas de vida, de política, de producción y de consumo que nos
trajeron hasta aquí, no se trata sólo de la marcha de la economía global, sino
de una concepción antropológica, una antropología filosófica que sitúa al
hombre en cierta relación con su entorno y con él mismo.
Coordenadas de aproximación a la nueva era desde las
ciencias humanas
Capitaloceno, la
lógica del capital
En los últimos años han
surgido diferentes interpretaciones desde las ciencias sociales y humanas
acerca del concepto de antropoceno, se trata en efecto de distintos encuadres
metodológicos para explicar el fenómeno, teorías y conceptos que varían en
función de la disciplina o del enfoque adoptado por los investigadores. En
primer lugar, podemos situar el aporte de Jason Moore, historiador e
investigador estadounidense[4] que acuñó el término capitaloceno para problematizar la noción del
antropoceno con la cual se encontraba disconforme conceptualmente. En la óptica
de Moore dicho concepto opera un reduccionismo frente a las causas de nuestra
actual situación, antropoceno refiere y responsabiliza a toda forma de vida
humana por la crisis que atravesamos, sin embargo, las condiciones de
posibilidad de nuestro presente son consecuencias del sistema económico y
social del capitalismo, el punto de quiebre de la humanidad se dio precisamente
en la Modernidad, más específicamente entre los siglos XV y XVIII, momento en
el cual la relación del ser humano con la naturaleza se transformó. Moore
afirmó en una entrevista realizada en el año 2015:
El Capitaloceno en sentido amplio va más allá de la máquina de
vapor y entiende que el primer paso en esta industrialización radical del mundo
empezó con la transformación del medio ambiente global en una fuerza de
producción para crear algo a lo que llamamos la economía moderna y que es mucho
más grande de lo que puede contener el término economía. (Wedekind, J.,
Milanez, F., & Puig, J. M, 2017, p. 109)
El capitaloceno no es
exclusivamente una crítica al sistema económico-productivo del capitalismo
moderno, sino una crítica a una cosmovisión, a un zeitgeist determinado de una época, aquella donde la naturaleza es
concebida como algo externo, fuera de la sociedad, distanciado del hombre.
Curiosamente ya en la Antigüedad griega algunos pensadores concebían al ser
humano como un animal político además de considerar su existencia natural, sin
embargo, para los antiguos filósofos griegos desde los presocráticos hasta los
post-aristotélicos, el logos humano, su racionalidad, formaba parte del logos
natural y, por tanto, del logos divino. No era posible en aquel período del
pensamiento occidental “desconectar” al hombre de la naturaleza, así como
tampoco se podía concebir al individuo por fuera de la comunidad. La ontología
de los antiguos griegos no permitía esa clase de alienación ontológica, pese al
sesgo antropocéntrico de algunos filósofos que ubicaban al ser humano en la
cúspide de las formas de vida en el planeta, aun así, el ser humano compartía
una dimensión constitutiva con su entorno como ser natural, y las partes eran
inalienables del todo. La transición a una perspectiva alienada entre el ser
humano y la naturaleza podemos encontrarla, para autores como Moore, a partir del
siglo XV en adelante, momento en el cual comienza la transición al capitalismo
moderno. Y no es casual que precisamente en la Modernidad surjan las filosofías
racionalistas de corte dualista como el cartesianismo, que operó una fuerte
separación entre la parte animal del hombre, considerada material y maquínica,
y su parte espiritual o racional, como facultad particular del ser humano que
lo eleva por encima del resto de los vivientes y lo coloca en una posición de
dominación respecto de la naturaleza. Para el pensamiento moderno “lo propio”
del hombre está vinculado a su razón, ser hombre es ser un sujeto racional y
representativo, autónomo y propietario, que objetiva al mundo a través de su
conciencia (Cragnolini, 2016, p.19)[5]. Pero dichas características lo separan del
viviente animal y de la naturaleza al colocarlo en una situación de
superioridad, el hombre se coloca a sí mismo en una posición de soberano
respecto de la naturaleza, donde los animales y el planeta constituyen una
alteridad sacrificial, un mundo a disponibilidad y a merced del ser humano. Dentro
de este zeitgeist moderno es que
surge el capitaloceno, el ser humano como forma de vida soberana, amo y señor
de la naturaleza, que avanzó sin reparos sobre un mundo que le habría sido dado
como stock de bienes y materias primas para su desarrollo y crecimiento, he
aquí la antropología causal del capitaloceno. El capitalismo como modelo de
organización económica y productiva es sólo un eslabón en la cadena de esta
antropología filosófica que la sustenta, donde el hombre es atravesado por una
lógica reduccionista de mercado, dominación y capital. Para Moore, el concepto
de capitaloceno permite apropiarse de la idea de antropoceno para
contextualizar su emergencia en un plano político, entonces el capitaloceno
como tal puede constituir una estrategia de rehistorizar el diagnóstico de una
noción científica-geológica y poner el énfasis en la dimensión ético-política
de la misma. Por último, tanto Moore como otros investigadores y activistas del
World Ecology Research Group proponen
redefinir algunos términos del debate ambientalista, mientras que el ecologismo
tradicionalmente suscribió a un dualismo naturaleza-hombre,
naturaleza-sociedad, donde el ser humano era visto como agente y la naturaleza
como escenario pasivo, la propuesta de la ecología política de Moore propone
saldar ese pensamiento dualista. En su lugar propone una perspectiva
integradora y elabora el concepto de “tejidos de vida” para referirse a la
realidad multinivel en la que ubicamos la relación del ser humano en el mundo,
toda acción humana forma parte de un tejido más amplio que incluye al
medioambiente y a toda forma de vida, humana y no humana, una perspectiva donde
todos los niveles están intrínsecamente relacionados y se condicionan
mutuamente. Las formas de vida humana, de producción y consumo influyen en
nuestro hábitat y viceversa, no podemos continuar ignorando que las grandes
transformaciones tecno-científicas de los siglos XX y XXI han modificado la
forma de vida humana, no sólo en un sentido cultural sino también
molecularmente. Y a su vez, estas transformaciones son las que no de cambiar,
precipitan a nuestro medioambiente a un colapso que necesariamente afectará
todo ser vivo en el planeta. Por ello, el trabajo académico y el activismo de
diferentes corrientes convergen en proponer una alternativa a la lógica
mercenaria del capital, Mason afirma que es posible emanciparse del
capitaloceno (Wedekind, J., Milanez, F., & Puig, J. M, 2017, p. 110), en
dicha dirección convergen diferentes posiciones ideológicas y políticas como el
ecologismo, el feminismo, la lucha del movimiento obrero, y los activistas
poscoloniales, entre otros. Todos ellos representan la voz de formas de vida
humana (y no humana) que han sido y son negativamente afectadas por el
funcionamiento de un sistema político y económico que empobrece a buena parte
de la población humana y destruye a nuestra tierra.
Tecnoceno: la
variable tecno-científica en el foco del análisis
En el año 2021 la
investigadora argentina Flavia Costa publicó un ensayo sociológico titulado Tecnoceno: Algoritmos, biohackers y nuevas
formas de vida, en el cual introduce un nuevo concepto para problematizar
la nomenclatura del antropoceno. Costa lejos de contradecir los análisis
previos del antropoceno o del capitaloceno afirma que en todo caso la
nomenclatura elegida es una decisión metodológica, el tecnoceno es una
declinación o especificación del antropoceno (Costa, 2021). Esta expresión
busca poner de relieve el despliegue tecno-científico de la nueva era, la
aparición desde la segunda mitad del siglo XX de tecnologías de alta
complejidad y su uso a escala global, tecnologías que transforman el mundo que
habitamos y también al propio ser humano. La investigación de la autora
argentina se edita y sale a la luz en el transcurso de la pandemia de Covid-19
por lo cual, de todos los trabajos analizados en este artículo es la producción
más reciente, y ha podido incorporar en sus reflexiones este suceso tan
trascendental para la humanidad. La expresión tecnoceno contiene y profundiza
los elementos presentes en las discusiones previas sobre el cambio de época y ya
cuenta con numerosos adeptos y circulación académica internacional ya que pone
el énfasis en una problemática no tan elaborada en los trabajos previos.
En primer lugar, cambia
la delimitación cronológica, el tecnoceno es un período que comenzó
recientemente, no en la era industrial sino a mediados del siglo XX, en la era
atómica. El desarrollo de energías nucleares y la capacidad de producir armas
nucleares de potencial destrucción masiva transformó la política y la economía
global pero también nuestra huella en el planeta. A las ya mencionadas huellas
negativas del hombre en el planeta deben sumarse las consecuencias de los
ensayos y detonaciones de armas nucleares, que inauguraron la posibilidad antes
desconocida para el hombre de producir catástrofes a gran escala en la
naturaleza, y acabar con cientos de miles de vidas, con un daño a largo plazo
que deje ciudades enteras inhabitables por cientos de años debido a la
contaminación radiactiva. Respecto de estas huellas Costa afirma:
Huellas que pueden, como en el caso del accidente nuclear de
Chernóbil, ocurrido en 1986, poner en riesgo la vida de medio planeta, y cuyos
efectos sobre el ecosistema perdurarán por tanto o más tiempo que el que ya lleva
en la Tierra la humanidad. (Costa, 2021, p. 9)
Sin embargo, Costa
afirma que este tipo de accidentes son propios del manejo de tecnologías
complejas de alto riesgo, y lejos de ser casos aislados, son un factor común en
el cálculo de probabilidades del riesgo asumido en su uso. Para ejemplificar
esa dimensión del tecnoceno, retoma la definición del sociólogo norteamericano
Charles Perrow sobre “accidentes normales”[6], estos accidentes son inherentes al sistema en
el que surgen, no son imprevisibles, pero paradójicamente son inevitables. Los
accidentes normales, en este escenario de producción y tecno-ciencia, son
definidos como un acontecimiento disruptivo de gran envergadura que posee dos
tipos de características peculiares: en primer lugar, son procesos que ocurren
a gran velocidad, es decir que una vez comenzado el proceso es muy difícil
detener su avance, y, en segundo lugar, que estos accidentes dan lugar a
interacciones inesperadas, con elementos dentro y fuera del sistema. Junto con
el desarrollo de la física nuclear, las armas nucleares y los accidentes en las
plantas de energía nuclear no son frecuentes, pero si son posibles, y su
existencia es inherente al sistema donde surgen, por ello son catástrofes
sistémicas, una contingencia posible del sistema del que forman parte (Costa,
2021, p. 14).
En este sentido, la
pandemia de Covid-19 es definida por la autora en términos de accidente normal,
ya que constituyó un evento global de gran magnitud y aceleración que dejó
expuesto una combinación de factores sociales, biológicos y políticos de
nuestra era, tales como el crecimiento de la población, el aumento de la
urbanidad, en conjunto con grandes desigualdades estructurales que quedaron en
evidencia. La pandemia mostró, además, un crecimiento hiperbólico de
politización de la vida biológica de la población, esto es, un crecimiento
significativo de la importancia del gobierno, en tanto que vigilancia y control,
de variables de la población (salud, vivienda, trabajo, entretenimiento), en
este caso histórico, en función de la crisis sanitaria. En este punto, Costa
suscribe a la tesis biopolítica de Michel Foucault, extensamente trabajada en
el campo de las ciencias humanas. Sorprendentemente, a partir de la pandemia
muchas de las ideas y desarrollos del pensador francés en torno al biopoder y a
la gubernamentalidad de la población encontraron una confirmación y una
renovación.[7] Si tomamos la definición de Foucault de
dispositivo disciplinario como conjunto de técnicas y procedimientos para
producir sujetos políticamente dóciles y económicamente rentables (Castro,
2023, p.140), podemos comprender a la pandemia como un escenario de
disciplinamiento social en función de la emergencia sanitaria. De este punto,
quisiera destacar un elemento importante, en la pandemia pudimos ver
desdibujada nuevamente la línea que separa la naturaleza de la cultura, y
pudimos observar a escala global un entrecruzamiento de ambas dimensiones, como
un mismo fenómeno integral. En la pandemia de Covid-19 se pudo observar cómo la
dimensión biológica de la población fue el centro de las estrategias políticas,
lo que el propio Foucault llamó a mediados de los ’70 el umbral de modernidad
biológica (Foucault, 2014, p. 132), momento en el cual el hombre ya no es
concebido como un animal por un lado y un ciudadano, por el otro, sino que es
ambos a la vez, puesto que su cuerpo y su ser biológico son el corazón de su
política y su cultura. La obra de Foucault, especialmente su período genealógico,
puede ayudarnos a comprender esta importante dimensión de nuestra
contemporaneidad y por ello, en el trabajo de Flavia Costa, el pensamiento
foucaultiano es un elemento ineludible. A partir de 1974 Foucault ya reflexionaba
sobre las dinámicas de poder de los Estados modernos, una constante línea
interpretativa de su trabajo gira en torno a la hipótesis de que hacia fines
del siglo XVIII d.C las sociedades modernas occidentales atravesaron una gran
transformación de sus mecanismos de poder, dejando atrás un modelo focalizado
en el poder dar muerte del soberano y en cambio, girando en torno a un poder
que organiza, invade y recubre la vida, al que llamó biopoder. La pandemia,
como accidente normal del tecnoceno es una inmejorable ocasión para analizar el
paradigma moderno del gobierno del individuo y de las poblaciones, como dos
caras del biopoder. Durante una crisis sanitaria se desplegó sin precedentes
una organización de la vida biológica de los ciudadanos, como lo explicaba
Foucault en Vigilar y castigar ya en
1975: cuando se desata una peste lejos del caos y la anarquía, lo que vemos
desplegarse es el sueño político del control, la utopía de la ciudad
perfectamente gobernada hasta los más finos detalles de la existencia
(Vallejos, 2022, p. 529). El pensador francés tuvo a mediados de la década de
1970 y también a comienzos de 1980, poco antes de su muerte, un período donde
abordó problemáticas tales como la política de la salud, la medicalización de
la vida y la gubernamentalidad de la población, problemáticas que a más de
cuarenta años de su muerte nos resultan completamente actuales, su diagnóstico
fue, sin dudas, intempestivo. Y nos dejó muchas herramientas analíticas para
poder pensar nuestro presente, las tesis del tecnoceno de Flavia Costa, pueden
situarse en esa constelación de pensamiento post foucaultiano que toma la
herencia del biopoder para pensar nuestra actualidad, y lo hace con mucha solvencia.
La gubernamentalidad algorítmica
En las reflexiones de Flavia
Costa sobre el tecnoceno se aborda también un concepto que ha ido cobrando
relevancia en la academia en los últimos años: la gubernamentalidad
algorítmica. Dicha noción es una reapropiación y una actualización del concepto
foucaultiano de gubernamentalidad. Para comenzar debemos retomar la definición
canónica del propio autor:
Por -gubernamentalidad- entiendo el conjunto constituido por
las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, los cálculos y
las tácticas que permiten ejercer esa forma bien específica, aunque muy
compleja, de poder que tiene por blanco principal la población, por forma mayor
de saber la economía política y por instrumento técnico esencial los dispositivos
de seguridad. (Foucault, 2006, p. 136)
Esta conceptualización que
el autor utiliza para comprender una dimensión de las dinámicas de poder tiene
lugar en su pensamiento a partir del año 1978, donde Foucault se centra por un
lado en los fenómenos del sujeto población, y, por otro lado, y en las maneras
de gobernar específicamente a ese grupo que llama población. Es así que dentro
de estas reflexiones encontramos desarrollos en torno a la guerra, al racismo y
al liberalismo, todos ellos en tanto fenómenos donde lo que se encuentra en
juego es el ejercicio de un tipo de racionalidad con el fin de conducir las
conductas de una población. El poder que se ejerce sobre los sujetos ya no es
planteado aquí como represión o lucha, podríamos decir, en su faz negativa,
sino que, por el contrario, el poder es explicitado como un mecanismo positivo,
de producción, fundamentalmente de gobierno. Foucault llegó a analizar
históricamente ciertas formas de gobierno de la población que precisaron del
auxilio de saberes como la medicina, la estadística, la psiquiatría y la
penalidad, entre otros. Todos ellos fueron el hilo conductor de su analítica
del poder, se trata, en efecto, de diferentes focos de experiencia donde se despliega
la gubernamentalidad.
Ahora bien, hay muchos
fenómenos en torno al gobierno de las poblaciones que el autor no pudo biográficamente
conocer ni analizar, y es precisamente lo que muchos autores contemporáneos
tratan de examinar actualmente. En las últimas cuatro décadas se produjo un
avance tecno-científico sin precedentes en la historia de la humanidad, y con
ello surgieron nuevas tecnologías, técnicas y procedimientos científicos que dieron
lugar a nuevas formas de gobierno de los sujetos y de las poblaciones. Por ello
la pandemia de Covid-19 fue tan diferente a otros procesos vinculados a
enfermedades, la humanidad ya había atravesado muchas pestes, pero ninguna bajo
estos avances técnicos y en estas coordenadas sociopolíticas. Entre los desarrollos
más importantes de la tecno-ciencia moderna sin dudas, encontramos los avances en
la física nuclear, en la ciencia médica, el desarrollo de la industria
farmacéutica, la posibilidad de la manipulación genética que brindó la
biotecnología, y las tecnologías de la información como Internet y todos sus
derivados comunicacionales. Todos estos desarrollos han transformado la forma
de vivir de los seres humanos, pero también como hemos explicitado
anteriormente han dejado una huella en nuestro planeta. Actualmente, nos
encontramos en una nueva curva de transformación de las condiciones de vida, de
la mano del avance del orden informacional y de las nuevas tecnologías. Tras el
2020 con la pandemia quedó en evidencia un sistema global de bioseguridad donde
pudieron ser utilizados de manera conjunta, por un lado, los desarrollos
científicos de la industria médica y farmacéutica, y por otro, un despliegue
del orden informacional en manos de los Estados, para poder ordenar y controlar
la circulación de personas, las campañas vacunatorias y los sistemas de salud
(Agamben, 2020). La crisis sanitaria aceleró ciertos procesos que ya venían
desarrollándose hace décadas pero que a partir de ese momento se instalaron progresivamente
en la subjetividad de la ciudadanía global: el trabajo remoto gracias a
soportes digitales, la compra de bienes y servicios básicos a través de la web,
el registro de datos personales y familiares en bancos de datos estatales o
privados, la posibilidad de realizar estudios medios y superiores completamente
a distancia.
A través de todos estos
desarrollos tecnocientíficos se transformaron considerablemente las formas de
vida humana en las últimas décadas, a nivel individual y a escala social. Los
dispositivos de producción de subjetividad, la manera en que se tejen y
construyen sujetos, están atravesados por herramientas tecnológicas y avances
científicos. La incorporación de ellos es tanto material como epistémica, estos
desarrollos modifican al viviente humano a escala molecular, biológica,
corporal y también en un nivel más sutil, instalándose en las formas de
pensamiento y cognición. No se trata solamente de poder modificar nuestro
cuerpo a través de los avances médicos y farmacológicos, sino también de
modificar nuestras relaciones sociales: formatos laborales, consumos,
relaciones personales, modalidades educativas, industria del entretenimiento,
entre otros aspectos alcanzados por estos nuevos desarrollos técnicos.
La gran mutación de las
formas de vida humana en el siglo XXI implicó una transformación de aquello que
llamamos “tecnologías de gobierno”, estas son definidas como el conjunto de
procedimientos ordenados con base en medios tácticos y fines estratégicos que
se desarrollan para gestionar, orientar y dirigir las acciones humanas (Botticelli,
2024, p. 23). Estas tecnologías definen asimismo los modos de vinculación que
los sujetos establecen con otros sujetos y consigo mismos. Actualmente, estas
relaciones éticas subjetivas e intersubjetivas están delimitadas por el uso de
sistemas, programas y aplicaciones digitales, por ello, la gubernamentalidad
del viviente humano se transformó en una gubernamentalidad algorítmica. Los
medios a través de los cuales se gestiona y gobierna la población están
configurados por una lógica de sistemas algorítmicos, que son la base informática
del mundo contemporáneo. El orden informacional de nuestra era opera como una
masa de grandes datos digitalizados que circulan y configuran un perfil para
cada viviente humano que viva inserto en una sociedad. A esta masa de datos los
expertos en informática la han denominado Big Data:
La Unión Internacional de las Telecomunicaciones (UIT) define
al Big data como una práctica que permite la recopilación, el almacenamiento,
la gestión, el análisis y la visualización, potencialmente en tiempo real, de
amplios conjuntos de datos con características heterogéneas. (Observatorio
Nacional Big data, 2021)
Se trata, en efecto, de
poder procesar una gran cantidad de datos de los sujetos, entendidos en tanto
usuarios, mediante el uso de herramientas digitales con el fin de gestionar sus
operaciones y poder responder preguntas a través del análisis de esos enormes
volúmenes de datos. El Big Data es un entramado amplio y heterogéneo que es
utilizado tanto para las gestiones del Estado, como por las corporaciones a
nivel privado. Nuestros datos personales son necesarios para la gestión de
políticas públicas tanto como para que el sector privado oriente sus políticas
de producción, venta y consumo. En definitiva, el viviente humano se desdobla y
participa a la vez de una ciudadanía física y de una ciudadanía virtual, donde
se perfila un sujeto-usuario a través de sus datos. A este tipo de gestión
podríamos considerarla la gubernamentalidad propia del tecnoceno. Sin embargo,
no se trata de dimensiones separadas sino de un entramado donde se gestiona
tanto lo físico como lo informacional.
Ahora bien, podríamos
preguntarnos si estas transformaciones en la producción de subjetividad y en
las tecnologías de gobierno modifican la naturaleza humana, muchos autores se
ven inclinados a responder afirmativamente. Pero en este trabajo no deseamos
caer en la postura dualista que separa naturaleza de cultura. Aquí nos
encontramos con la paradoja irresoluble de considerar estas dimensiones como
esferas separadas, la separación ontológica arroja problemas hermenéuticos e
instala el problema de la interacción entre lo natural y lo cultural en el ser
humano. El avance científico y tecnológico que el humano alcanzó en los últimos
cien años es parte del propio desarrollo de la especie, así como lo fueron los
cambios que el Homo erectus introdujo respecto del homo habilis hace millones
de años. Probablemente estemos transitando una de las mutaciones más radicales
que le tocó atravesar al Homo sapiens sapiens en lo que respecta a su
conocimiento y manera de vivir. Nuestra situación actual es similar a la del
ser humano que vivió la llegada de las primeras máquinas o de la automatización
de las industrias (Vadillo Bueno, 2020, p. 5). Por ello, los acelerados cambios
del siglo XXI pueden hacernos pensar que el despliegue científico-tecnológico
es algo diferente del propio humano, algo externo o independiente a nuestra
naturaleza, cuando en realidad podría ser un elemento de nuestra propia
mutación, tanto fisiológica como cultural.
Conclusión
En primer lugar, este
artículo sintetiza los debates científicos del siglo XXI en torno a la
categoría de antropoceno como era geológica. La nueva era, que reemplazaría al
Holoceno, cuyo agente geológico es el ser humano, la primera especie que a
través de sus acciones ha precipitado una serie de cambios en el planeta
Tierra. En el año 2000 la publicación conjunta de Crutzen y Stoermer en el
Boletín del Programa Internacional Geósfera-Biósfera afirma tener suficiente
evidencia científica para afirmar una transición geológica en camino, cuya
curva de ascenso fechan en la Modernidad. La actividad humana hace algunos
siglos ha comenzado a marcar una huella negativa en el planeta, elementos como
el aumento de la población mundial, la industrialización y la urbanización
modernas, han sido las condiciones de posibilidad del daño ambiental sin precedentes
en la historia de la Tierra. Los agrocultivos, la deforestación y las
industrias petroquímicas, entre otras actividades humanas, han desencadenado un
aumento exponencial de la contaminación del suelo, del aire y de la tierra,
contaminación que pone el peligro a todas las formas de vida en el planeta,
inclusive la vida del propio ser humano. Nos encontramos ante la sexta
extinción masiva, sin embargo, este proceso de extinción y pérdida de la
biodiversidad se debe a la acción del ser humano. Ante este alarmante panorama,
el debate sobre el antropoceno inauguró una serie de investigaciones y publicaciones
en el campo de las ciencias humanas y sociales, las cuales comenzaron a
preguntarse si el colapso medioambiental al que el viviente humano se acerca está
vinculado a un modo específico de su organización política y social. En este
punto, analizamos el aporte del historiador norteamericano Jason Moore que
acuñó el término capitaloceno, como especificación metodológica dentro del
debate sobre la nueva era. La crisis civilizatoria estaría vinculada a un modo
de vida específico que el ser humano moderno desarrolló entre los siglos XV y
XVIII d.C, un sistema económico, productivo y social basado en una lógica
utilitarista, donde la primacía del capital modificó la relación del ser humano
con la naturaleza. El capitalismo no sólo transformó las relaciones del ser
humano consigo mismo, sino con su medioambiente y con el resto de las especies,
construyendo una ontología separatista donde el hombre quedó por fuera de la
naturaleza, a la que comenzó a considerar como un stock de materias primas
disponible para ser explotado. Esta antropología filosófica es la base de un
sistema social y económico especista, donde el hombre, considerado ser cultural
y civilizado, creyó poder explotar una naturaleza “externa” sin tener
consecuencias.
Otra especificación
metodológica del antropoceno abordada en estas páginas fue la del tecnoceno,
concepto desarrollado en los últimos años por la investigadora argentina Flavia
Costa, la cual puso el foco analítico de la nueva era en el desarrollo tecno científico,
de qué manera desde mediados del siglo XX el hombre ha comenzado a utilizar
tecnologías complejas de alto riesgo que cambiaron el panorama geopolítico y
ambiental, tecnologías y ciencias como la física nuclear, que han sido la base
de grandes posibilidades energéticas pero asimismo de una cruel carrera
armamentística que dejó huellas de contaminación y destrucción sin precedentes.
Las ciencias y tecnologías han cambiado drásticamente el modo de vida y
organización del ser humano, al punto que atravesamos una nueva era de la
biopolítica, y debemos repensar y reescribir hipótesis sobre aquellos
mecanismos del poder que Foucault describió intempestivamente hace más de
cuatro décadas. La reflexión de Costa es un valioso aporte, pensado desde y
para Latinoamérica, para realizar esa tarea de reapropiación de las tesis
foucaultianas. Entre ellas, en el último punto del trabajo revisamos su
interpretación de la la noción de gubernamentalidad como estrategias de
conducción de conductas, a nivel individual y colectivo. En las últimas
décadas, y más aún a partir de la crisis sanitaria del 2020, podemos sostener
que vivimos en la era de una gubernamentalidad algorítmica, donde la producción
de subjetividad y el gobierno de la población se despliega a través del orden informacional
de comunicación, a través de los datos que circulan, de los dispositivos que
utilizamos y de las redes que se han convertido en una dimensión esencial de la
vida humana. La pandemia, como “accidente normal” del tecnoceno, fue un momento
bisagra del que aún no conocemos plenamente todas sus consecuencias, lo que si
podemos problematizar es el modo en el que durante ese proceso se evidenció un
modo de gestión de la vida biológica de los individuos y de las poblaciones,
que, con el auxilio de las ciencias como la medicina, la estadística y la
farmacología reorganizó la dinámica social y mostró cuan profundo es el cambio
de época al que asistimos tanto a nivel epistémico como social y político. Por
un momento, durante la crisis sanitaria, el ser humano recordó que es un
animal, un cuerpo vivo, y que no se encuentra “fuera” de la naturaleza. Quizás
este doloroso proceso fue una muestra de la falacia de la división entre
naturaleza y cultura, que fue uno de los nodos de este trabajo. Para concluir,
una pregunta que articuló este trabajo fue precisamente la separación
ontológica entre naturaleza y cultura en el ser humano, se sostiene aquí que
tal separación sólo conlleva a planteos estériles para el momento en el que
vivimos. Y se apuesta, por el contrario, por una reciprocidad, por una mutua
implicancia de ambas dimensiones, el ser humano es un viviente animal, es un
ser natural, a la vez que un animal dotado de racionalidad, lenguaje y capaz de
habitar la cultura. No podemos ignorar la mutua implicancia de estas
dimensiones, el ser humano no puede ignorar su lugar en el planeta Tierra, no
debería continuar atentando contra la vida de las demás especies, ni contra sí
mismo. Por ello, en el debate sobre el antropoceno confluyen diferentes
ciencias, teorías y activismos, es una genuina reflexión sobre el viviente
humano la que motoriza y hace reúne al ambientalismo, al feminismo, al anti
especismo y a los debates de sectores explotados de la sociedad. Un modo de
habitar la humanidad, un modo que lleva siglos, está conduciendo la especie y
al planeta a un colapso ambiental y social sin precedentes, un modo de ser
humano que la Modernidad construyó se agota y urge la necesidad de una
modificación de nuestras formas de vida. Se abre el debate sobre la posibilidad
de habitar otra humanidad, recordando el espíritu del propio Charles Darwin,
deberíamos repensar en su teoría, la evolución de las especies no tiene una
meta prefijada de antemano, no sigue una línea progresiva ni temporal. La
evolución de los últimos cien años del Homo sapiens sapiens se muestra errante
desde esta perspectiva, las mutaciones biológicas y culturales no parecen
conducir a la supervivencia de la especie, sino todo lo contrario. Quizás la
crisis del antropoceno y las evidencias científicas del mismo nos ayuden a
repensar la manera en que queremos continuar como especie habitando el planeta
Tierra, el planeta sobrevivirá al humano moderno, la pregunta es si sobrevivirá
él mismo y los seres que lo rodean.
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[1] Para una revisión más completa de los acuerdos
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Internacional del año 1885 sugiero ver el artículo: Puche-Riart, O.,
Ortiz-Menéndez, J. E., & Mazadiego-Martínez, L. F. (2017). The Third International Geological Congress,
Berlin (1885). Episodes Journal of International Geoscience, 40(3),
249-257.
[2] Eugene Stoermer había comenzado a trabajar en el concepto de antropoceno
desde la década de 1980 donde la expresión aparece en varias de sus
publicaciones. Fue la colaboración con P. Crutzen que habría permitido que el
concepto cobre mayor difusión y popularidad en ámbitos académicos a partir del
año 2000.
[3] H. Trischler es jefe de investigación del Deutsches Museum de Múnich,
profesor de historia moderna e historia de la tecnología en la LMU de Múnich
(Ludwig-Maximilians-Universität) y codirector del Centro Rachel Carson. Ha
trabajado sobre el concepto de antropoceno desde una perspectiva histórica y
social y sus publicaciones al respecto son una referencia en dicho campo.
[4] J. Moore (1971-) es historiador, se doctoró en Geografía en la
Universidad de California. Actualmente es profesor de Historia Universal en la
Universidad de Binghamton y director de World Ecology Research Group. Sus
investigaciones abordan una perspectiva crítica de la política y economía
modernas y de las consecuencias ecológicas de dicho sistema.
[5] Para una investigación más profunda de la
visión antropocéntrica de la modernidad y su relación con el pensamiento
filosófico de la tradición occidental se recomienda el trabajo de Mónica B.
Cragnolini aquí citado, donde se analiza pormenorizadamente el origen especista
del modo de vida contemporáneo y se sitúa la importancia de los Animal Studies
como horizonte crítico.
[6] Desarrollado por C. Perrow en su libro
Accidentes Normales publicado en inglés en 1984.
[7] Para profundizar la relación entre las ideas
de M. Foucault y el desarrollo de una política de la salud en la pandemia de
Covid-19. Ver: Vallejos, A.L. (2022). La salud como eje central de la
gubernamentalidad, la condición de excepcionalidad política a partir de la
crisis sanitaria. En: Argumentos. Revista de crítica social,
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